junio 15, 2006

Ensayo

Cerró los ojos y abrió bien los brazos.
Pensó por un segundo que ese viento frío que curiosamente le acariciaba el rostro era la excusa perfecta para abandonarse a sus instintos. Tenía las piernas apretadas.
Cerró muy fuerte los ojos, tanto que la sensación de mareo se apareció como una mancha amarilla. Como una nube de color.

Respiraba agitadamente. Los pensamientos se agolpaban uno tras otro, luchando entre ellos para llamar su atención, para llenar el vacío, para no dejar un solo espacio en blanco.

No! Gritó, y se tapó los oídos con las manos. Se sentía ligero del torso para arriba, como si tuviese alas en vez de brazos.
Nada podía hacer, seguían ahí. Los pensamientos se presentaban en el momento más inoportuno, sin misericordia, sin piedad, sin ningún tipo de pudor o de remordimiento que evitara el hecho de ser tan abstractos, tan densos, tan fastidiosos.
Desorden; su vida, siempre había sido un desorden, un perpetuo compás de insensates.
Absurdamente racional. Demasiado tal vez.
Quizás era el una más de esas criaturas desposeídas, una ovejita del rebaño, una estadística. Alguien sin rostro.
Como todos en el mundo, un ser nada especial, sin ningún encanto que lo hiciese diferente al resto de los mortales, salvo el hecho de haber...

No lo hagas por favor...

La música que solía escuchar cuando estaba con ella era tan antigua, tan de otra época.
Ellos no eran de ese tiempo, no eran del momento en el que les tocó vivir y sin embargo tampoco encajaban en ese retazo de espacio que se empeñaban en rescatar de un viejo álbum.

Lo vivido entre los dos era incomprensible para el resto.
Andrea, una niña de 15 años, muy despierta, muy inquieta. Demasiado soñadora para su edad y su posición, haberse enredado con un perdedor de 35 años, sin fama, sin fortuna, sin un centavo en los bolsillos. Un profesorcito de teatro para niñas ricas y caprichosas.
No me importa si no tienes lo que los demás dicen que debes tener. A mi no me interesa. Yo te quiero y eso es lo que cuenta.

Y por supuesto, era halagador para él, para cualquier hombre.
Que una chica tan bonita, tan bien presentada, tan de cuna le dijese que lo quería, a el, un tipo sin mayor fortuna que un viaje a París creyendo que se consagraría como escritor.
Soñar. Demasiado para cualquiera.
No debí abandonar mi carrera de abogado.
Soñar. Demasiado para mí.
La música se mezclaba con el sueño, el sueño con el alcohol y este con las ganas de olvidar; de dormir.
Empezar desde cero, otra vida, otra vez.

Todo esto pasó en cuestión de segundos desde que tenía los brazos abiertos y los ojos cerrados para imaginar una historia, una mujer, un pasado, una vida que no vivió y que seguramente alguna vez presenció en formato película de cine, o escuchó en presentación de canto.
El frío se colaba por debajo de la puerta.
La ventana se había cerrado.
El arma le quemaba en las manos.

Martín, por favor.
Inmenso placer sentir como se hundía el cuchillo en la carne de la mujer, tan despacio, tan suavemente. Notó el desplazamiento de un hilo delgado que descendía de la cama como si fuese una serpiente en huída.
Hundió nuevamente el arma. Se fijó en la mancha rojo brillante que empapaba la colcha floreada de esa cama de hostal.
Miró la yema de sus dedos humedecidos por la sustancia pegajosa.
Por tercera vez enterró el instrumento de cocina, ahora hasta donde daba el total de su longitud.
Tenía empuñadura de madera tallada.
La sangre saltó, alzándose como si fuese un chorrito.
Fue un espectáculo monocromático. Oscuro y cálido
De pronto ya no corría más.
Le cogió ambas manos y se las pasó por el rostro.
Inhaló la tibieza dulzona de su cuello que se mostraba como un botón de rosa recién abierto.
Apoyó todo su peso sobre ella y se vió a sí mismo, momentos antes, tomándola por la fuerza.
Ella no quería.
Primero le pidió por favor que no la tocara, que tenía miedo. Que no podía. Después lo insultó; le dijo que era un tipo asqueroso, que no se acostaría con el, que la dejara en paz, que quería irse, que no le gustaba ese juego, que por favor.
Lo enfureció con sus lloriqueos.
La golpeó en el rostro para no escuchar su aguda voz.
La derribo tan bruscamente que cuando estaba en el piso pensó en lo bueno que sería si por lo menos una vez no tuviese que hacer las cosas de esa manera.
Ya iban tantas. ¿Por qué no accedían por las buenas?
Al verla tan indefensa algo se estremeció en su interior.
No quería. Esta vez era muy joven, casi una niña.
Dudo por un momento y quiso dejarla ahí, pero el pensar que la vería nuevamente en algún momento, que se negaría a entregársele, que no le diría algo hermoso, que se acostaría con otro hombre, que tendría una vida sin él, que...

No merecía eso. El no merecía el despectivo trato de esa mujercita.
Después de todo lo que había hecho por ella.
Cerró los ojos y se hundió en su tibia carne. Merecía lo que le estaba pasando.

Era sencillo tomarlas de sorpresa, recogerlas en la calle, subirlas a su viejo auto, decirles un par de palabritas en tono rosa, para después tatuar su mano en sus pequeños rostros. Verlas desmoronarse sin más ni más.
Así inconscientes todas son hermosas, con ese tono cálido que se les dibuja en los labios, que les perfila el rostro, que redondea sus senos. Esta por ser tan joven tenía senos incipientes, curvados, carnosos.
Le gustaba mirar como la sangre corría desde sus cuellos y bajaba por las pendientes de sus pechos.

Sintió que aún respiraba. Se puso de pie.
Se alejó un poco para mirarla bañada en la tenue luz que irrumpía en la habitación. La ventana se abrió de improviso.
Hacía frío. La tapó con una manta que les entregaron en recepción.
La mujer detrás del mostrador no hizo el menor caso cuando le dijo que era su esposa, que estaba un poco mareada, que...
Se limitó a cobrar por adelantado y entregarle la llave de una habitación.
Nadie escucha a nadie pensó, mientras recordaba el rostro cansado de la mujer en la entrada.

Se recostó en la cama, junto a ella.
Afuera alguien forcejeaba con la puerta.

junio 1998

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

oye, y esto?
que angustia !!!

15:16  
Anonymous Anónimo said...

pobre tipo...
debe ser bien feo querer y no poder

15:17  
Blogger YA said...

Hola, hace tiempo dejaste un post en uno de mis blogs, no lo había visto hasta hoy,sorry.
Me encuentro con tu blog y me gusta. Este cuento está terrorífico, pobre niña, pobre tipo, pobres de nosotr@s que no sabemos relacionarnos de formas amorosas pacíficas empáticas.
un abrazo

Yolanda

23:35  
Blogger Liz said...

no soy de hacer criticas, megusta leer y tu cuento me ha gustado. me ha dejado los pelos de punta, sentia k lo estaba mirando.

Elizabeth

21:56  

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