mayo 30, 2006

Cine

Entré a la sala, así como siempre, un poco a las carreras, un poco despacio para no molestar a los que ya están acomodados, casi concentrados, y creo, con la expectativa de presenciar por un momento algo que se llama ficción.
Uf, llegué; pondré mi maletín y demás artefactos en la silla del costado y a disfrutar la película, llorar un poco si es necesario y reírme si así lo ameritan las escenas que presencie en estas casi dos horas.

Una silueta con rostro femenino se acerca a mí, sin mediar palabra alguna. Entiendo que quiere pasar a la fila donde estoy sentada, casi desparramada, después de todo, lo bueno del cine es que no debo sentarme correctamente cual señorita de internado católico.
La silueta tiene un rostro que parece de niña y que haciendo algo que no llega a ser una mueca me pide que me mueva. Una vez ubicado en su lugar, me doy cuenta de que no es una chica, es un chico, y por raro que parezca, es alguien a quien conozco, de la manera como se conoce a los escritores, a través de sus columnas o los créditos que reciben por la labor que desempeñan, en este caso criticar y formar parte de un mundo al que siempre admiré: el de los intelectuales.

Hasta ahí todo muy bien, pero me desconcentraba por momentos no sólo porque este personaje forma parte de un recuerdo lejano de una época envuelta en la necesidad, urgencia y mucha súplica: el momento del teatro y la libertad, esa sin embargo es otra historia; bueno fuese que se hubiese limitado a sólo sentarse, como todo el mundo lo hace, se ve la película, y se aíslan totalmente, pero no, el se sentó al costado de mi maletín, de mi trabajo, al lado de esa parte mía que ventilo sin mucho placer, y lo peor, lo más raro, lo más incómodo era que de tanto en tanto volteaba a mirar hacia mi lado, esto sin mencionar que una fila detrás se sentaron las degustadoras compulsivas más patéticas que jamás haya tenido la desdicha de soportar.

Dos gardenias para ti...
Escuchaba cantar esto a Ibrahim Ferrer cuando de pronto los recuerdos de mi padre en la infancia no podían menos que sacudir mi memoria y provocar mi llanto, y con la facilidad que tengo para llorar.
Esto era terrible, porque una cosa es echar moco en cantidades industriales cuando los espectadores están concentrados en el otro espectáculo y no en el mío propio, y así de pronto sin invitación, sin derecho a butaca y sin haber pagado doble entrada, siento claramente que la ex silueta de pestañas largas me mira. Dignamente cojo mi maletín y saco los pañuelos de papel. A estas alturas lo que menos me interesa es el glamour.
Me sentía incómoda, las miradas repetitivas del hombrecito sentado a mi lado, el sonido de las bolsas de papitas, chocolates, pop corn, caramelos, pringles, chicitos y tres botellas de gaseosas de las comensales que confundieron cine con puesto de golosinas, no podían menos que provocarme un terrible fastidio mezclado con impotencia, ganas de bailar la buena música que escuchaba, y el deseo terrible de revivir un recuerdo refundido en esa carpeta donde guardo lo que no uso a diario.
Ya está!, a este señor lo conozco; claro, lo vi en la reunión en casa de no sé quien, no sé cuando y menos donde hace un buen tiempo.
Que bonitos ojos que puede tener, casi como los de un arcángel, como una pintura con cara de niña buena y hombre por la línea horizontal dibujada que lleva sobre el labio.

Lástima, lo del lenguaje de las miradas no funciona con ciertos individuos, con lo cual confieso que volteaba cada tanto para verle la cara a la ex silueta, decir algo, sin hablar o por lo menos conseguir que se me grabase el color de sus ojos a media luz de la proyección.

Ya casi terminaba la película, el circo a mis espaldas no se detuvo hasta el final, y aún después apuesto que el séquito de Pantagruel continuaría la comilona en algún otro rincón, pero no es esto lo importante, me la pasé reacomodándome, procurando no voltear a mirar, cuando en realidad lo que quería era verle el rostro de frente y constatar de quien se trataba.
Que mezcla de sensaciones!, la maravillosa proyección de soneros cubanos, viejos músicos que llevan el alma a cuestas y mucho más, el muchachito sentado a mi lado, premio Casa de Las Américas, escritor que teme a las computadoras y cuyo artículo sobre los escritos a mano me recordó las historia de Cortázar inventado escritores multitudinarios y libros invadiendo lo invadible; todo esto, la música, las ganas de decir algo, de no mirar...

Se acabó, me di cuenta de que el lloraba, con discreción y emoción quedita en el momento justo cuando se ve a la bandera de Cuba entrar en escena como la protagonista que todos en la sala conocemos.
Le ofrecí un pañuelo, casi me animé a preguntar lo que fuese, la hora, el clima, Celina y Reutilio, cuando de pronto, plop... comprobé para tristeza y pesar de mi ego que si tanto volteaba no era por verme a mí: su demorado acompañante estaba sentado justo en la fila contigua a mi izquierda.

22/06/00

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

HAS VUELTO!!!!
PENSE QUE YA HABIAS DECIDIDO NUNCA MAS VOLVER!
BUENO QUE CHEVERE!!!
BESOS MILES MILES

PD; ESA PEL NO ES BUENAVISTA?
OSEA TU POST ES DE ESA ESPOCA????


BESOS!!!!

14:15  
Blogger miliodebolengo es mi gato, miauuuuu said...

beuna vista es una de mis peliculas favoritas, y si esta historia lla escribí en esa época, pero todavía me gusta
gracia spor escriobirme

14:20  
Anonymous Anónimo said...

regresaste? que paso donde te habias metido?
esa es una demis pelis favoritas, de la puta madre.
y a ese critico creo concerlo de algunaparte como tu.
besos

21:41  
Anonymous Anónimo said...

buen, post algo antiguo por la fecha con la que firmas. supongo que ya volviste a la chamba.
no te pierdas pues!

y pongfa ya la cancion de leaving las vegas que tanto le gusta

21:42  
Anonymous Anónimo said...

QUE BUENA HISTORIA.
me ha pasado eso tantas veces que he creido que laguien me miraba y no era conmigo sino con alguien mas...
me dan ganas de morirme!!!
chevere ah!

22:56  

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