junio 29, 2006

Viralatas y los ocho de la conquista

Quiero contarles una historia:

Había una mamá perro que no tenía nombre y que con sus nueve hijos recién nacidos fue arrojada a la calle el último fin de semana, que a propósito fue uno de los más frios que se haya tenido en Lima en lo que va del invierno. El hombre que lo hizo metió a los nueve bebitos en una bolsa y los dejó con toda la crueldad de la que son capaces algunos individuos que se dicen humanos en la pista, un auto atropelló a uno de los bebés, pero los demás incluyendo a la madre fueron salvados por la oportuna intervención de una vecina. Bueno el resto es la parte de la historia donde va la acción, y dice así: Una vecina que vió todo esto, llamó a la asociación AMAR, que así como Amigos de los Animales, también se preocupan por salvar, rescatar albergar y buscarles hogar a animalitos abandonados, maltratados y todas esa variantes que no deberían existir, pero en fin, ellos fueron a buscar a la mamá perro y a sus ocho cachorros, y llegaron hasta la veterinaria donde trabajan Silvana, Wladimir y Claudia; ahí les pidieron ayuda para dejarlos en algún lugar seguro porque ellos ya no tenían espacio para albergar a tanto can.

Si no encontraban un espacio esa noche se tendría que sacrificar a los animalitos.

Silvana, ( mi hermana, que es veterinario y queno podía con el tema ) me llamó, yo llamé a Alfonso, mi jefe ( que estaba en México chambeando como loco y que ni siquiera pudo conocer un poquito del D. F de lo ocupado que estaba), y que bueno, me dijo, con la naturalidad y locura que lo caracteriza: Ya que chuuuu... lleva a todos los perros a la agencia que nos vamos a cagar de la risa.

Así que, ahora tenemos 8 cachorros y una mamá perro en la parte de atrás de la casa / agencia donde trabajamos (es Green Apple, y pertenece a Leo Burnett)
Todavía no sabemos si llamar a la mamá perro Muñeca Viralatas, o Viralatas no más ( viralatas es perro callejero en portugues, preciso el nombre ¿no? ), y como ya saben en las historias siempre existe un final, este final todavía no lo hemos escrito, y para que sea uno bien feliz necesitamos de la colaboración de la gente que tiene corazón ( de melón, de chocolate, de lo que sea, pero no de piedra pes'), la mamá perro necesita comida para cachorro, lechecita, algunas mantas, porque las que tiene ya se están haciendo puré, así que gustosamente aceptamos donaciones.

Olvidaba contarles!, la mamá perro ( que es de lo más amorosa, dulce y con unos ojos que te matan porque si, porque son ojos llenos de agradecimiento ), se va a quedar en la agencia, si!. En unas semanas comenzaremos con su transformación al mejor stylo fashion emergency canina, pero los cachorritos tienen que ser ubicados en OCHO HOGARES DONDE SE LES QUIERA MUCHO Y SE LES CUIDE MAS. Son siete hembras y un machito, aún necesitan a su madre, por lo menos tres semanas más para que se les destete, bañe y se les ponga más lindos todavía.

Entonces ya saben, colaboren para que esta historia no tenga uno, sino nueve finales felices.

Para contactarnos: T: 5132111, o al 5132121 anx 220/214, o a mi cel: 9-7136597, o mi correo claracasimira@yahoo.com
kiramaruina@hotmail.com

Gracias eh!

María Eugenia


junio 25, 2006

Invierno

Ramiro miró por la ventana, y se dio cuenta que hacía mucho que no llovía así en esa ciudad donde ver desmenuzarse el cielo, era tan extraño como encontrar compañía.

Sintió una rara complacencia al mirar hacia arriba, sacando la cabeza por la ventana del auto y ver como esa panza de burro, se deshacía en diminutas gotas.

A Ramiro le gustaba la palabra desmenuzar porque le parecía extraña, y el sólo hecho de pensarla le provocaba cosquilleos en las palmas de las manos, también le gustaba sacar la cabeza por la ventana cuando el auto estaba en movimiento para sentir el viento golpeándole el rostro. Se sentía como el protagonista de una película que iba conociendo España en auto, sacando la cabeza por la ventana, en un éxtasis absoluto de felicidad, cada vez que sentía la lluvia empapándolo todo.

De pronto un escalofrío, de esos que provocan las memorias, le descendió desde la coronilla y le recorrió toda la espalda. Se vio a si mismo tres años atrás sentado en la banca de un parque esperando encontrarse con una mujer que había conocido la noche anterior en un bar oscuro y totalmente ajeno a sus costumbres, donde llegó por esas casualidades que le imponen a uno las circunstancias y la mayoría de la veces, los amigos.

- Dale, no seas tan tímido, invítame un trago, le dijo ella mientras cruzaba las piernas y apoyaba los codos en la barra. Su escote dejaba ver algunas pecas en su pecho, su pelo morado era extraño, pero también lo eran su ojos demasiado maquillados, su nariz, y su boca color rojo.

Ramiro no había estado con muchas mujeres en su vida, y le parecía extraño que todos en la oficina hablasen de tirar como si fuese lo más natural del mundo.

- ¿Cómo haces compadre para aguantar tanto?, ¿No serás maricón, verdad?, le decía Rafael, su único amigo desde el colegio, cientos de veces.

Rafael a veces se portaba como una bestia, hacía alarde de las mujeres con las que salía, y se refería a ellas como si de mercadería usada se tratase, en más de una oportunidad intentó llevarlo a alguno de los bares que frecuentaba, de piernas como les dicen, pero el se rehusaba porque le parecían lugares más que extraños, inapropiados.

Ramiro no sabía que hacer, nunca antes se le habían insinuado de esa manera, en realidad, nunca se le habían insinuado; el sólo estaba acompañando a Rafael, así que no era ni siquiera remota la probabilidad de que alguien lo conociese en ese lugar al que además, nunca antes había ido.

-Cómo te llamas?, le preguntó ella.

-Ramiro, dijo, - sintiendo que la lengua se le pegaba en los dientes, y que su buena dicción, por la que se preocupaba tanto, no existía en ese momento.

Esa noche, no sabía como o porque, esa mujer se fue con el a su departamento, y se quedó no sólo hasta el día siguiente, sino las cien noches y cien días que vendrían después. A Ramiro todavía le parecía que algunos días después de los cien primeros que pasaron juntos, ella regresaría, se metería a trompicones en la casa, en la cama y otra vez en su vida, pero eso no sucedió y ya había arrancado de sus calendarios casi novecientos días con sus noches enteritas.

- Hola, ¿Cómo estás?, dijo ella.

Traía consigo una bolsa negra y una maleta forrada con piel de cocodrilo.
Ramiro la había estado esperando cerca de media hora sentado en una banca del parque que quedaba frente a su casa, fumando para hacer tiempo, perdiéndose en las virutas de humo. Nunca salía de su departamento, si no para ir a trabajar y luego volver a encerrarse buscando desde la ventana del quinto piso donde vivía, encontrarse con la mirada de la muchacha de cabello rojo que sacaba a pasear un perro mucho más grande que cualquier otro que hubiese visto antes. Ramiro le tenía miedo a los perros, a la gente que solía transitar por la vereda del edificio donde vivía, a los niños pequeños, al carro que estaba estacionado al costado del parque, a casi todo, pero no a la chica de cabello rojo, y si no fuese porque tenía un perro tan grande probablemente hubiese sido osado como nunca antes en su vida, se hubiese acercado a ella y sin presentarse, sin mediar palabra alguna, le hubiese olido el cabello con todas sus fuerzas, sujetándolo con ambas manos bien fuerte, con algo de morbo tal vez, como en la película española que viera con Javier, que le dijo en el sumun de la bestialidad, que tanto cabello rojo debía oler a sexo. ¿ Y si fuese cierto que tanto cabello rojo olía a sexo?.

- ¿Hace frío verdad?, dijo ella frotándose ambas manos, después con la naturalidad más grande, sacó un cigarro de su escote y enseguida lo encendió. Ramiro se la quedó viendo, no sólo eran sus pechos lo que le llamaban la atención, tenía la boca pequeña, y se pintaba demasiado. Su pelo color azul como si fuese una mora gigantesca le parecía tan estrambótico, pero no podía, y no sabía porque exactamente, dejar de mirarla. No era bonita, ni muy inteligente, pero hablaba con el, y se lo había revolcado como nunca antes en su vida la noche anterior, y lo haría así durante casi cien días y cien noches, algunas veces de manera que pareciera un castigo por ser quien era, otras de manera tan tierna que casi llegaba a pensar que esta extraña lo quería de verdad, pero nunca tantas veces, como si de una obligación se tratase.

- Esto es todo lo que tengo, creo que subimos porque me estoy congelando; diciendo esto lo tomó del brazo, lo jaló hacía ella y lo besó en la boca; luego lo soltó y corriendo cruzó para llegar hasta la puerta del edificio. El conserje que conocía a cada uno de los que allí vivían hizo como que no había visto nada y mirando al frente se limitó a abrir la puerta y dejarlos pasar.

Afuera hacía mucho frío, el viento venía rápido, helando todo a su paso, y la lluvia menuda pero constante, lo había empapado todo. Hacía tres años en los que un invierno tan intenso no se presentaba en esa ciudad tan triste ya de por si. La gente iba de un lado a otro corriendo como para entrar en calor, abrigados hasta la nariz, los autos pasaban muy despacio a su lado porque las calles mojadas son peligrosas, no habían niños en las calles porque la temperatura descendía cada vez más. El parque que estaba frente a su casa y por el que pasó sin darse cuenta, era un espectáculo de verdes pálidos y amarillos marchitos.

Hacía menos de tres años que ella se había ido sin decirle nada, con su cabello color morado, sus ojos pintados de verde y su boca pequeñita. Hacía menos de tres años que la chica del cabello rojo soltó al perro enorme y que este fue atropellado por un tipo que iba manejando ebrio el carro que siempre estuvo estacionado al costado del parque.
Tres años que no soñaba más con hacer el amor, como en la película española, con la chica del cabello rojo.

Ramiro cuestionaba si todo lo que sucedía a su alrededor tendría algún sentido en particular, si acaso el cielo gris y lloviendo menudo como hacía tres años atrás significaba algo, si acaso el bolso de piel de cocodrilo que aún conservaba en el auto era suficiente como para que ella volvería con su pelo morado a llenarle la vida, si la chica del cabello rojo, el perro enorme, el cine español, si todo lo que conocía y tenía a su alrededor tenían algún sentido, alguna mínima tonalidad que no fuese ese espectro gaseoso que era lo que respiraba desde afuera. Ya no le importaba nada, o casi nada.

En el parte policial habían puesto que el conductor iba en estado de ebriedad, que había sido un caso de negligencia, que la responsabilidad había sido de el, que iba sacando la cabeza por la ventana sin fijarse en el camino, que estas cosas pasaban siempre en la carretera.

Cuando le entregaron las cosas a Rafael que aparecía como el único familiar, le pareció todo muy extraño porque Ramiro nunca salía de su casa, nunca tomaba y mucho menos, tenía mujer alguna.

-Estas cosas suceden todo el tiempo, uno nunca acaba de conocer a la gente, dijo un policía que distraído en sus propios asuntos, cerraba una carpeta donde se archivaba la historia del accidente.